El pensador y escritor Alvin Toffler decía que “Los analfabetos del siglo XXI no serán aquellos que no sepan leer y escribir, sino aquellos que no sepan aprender, desaprender y reaprender”
A lo largo de la historia de la Humanidad ha habido cambios y retos que han transformado pensamientos, posibilidades, creencias colectivas, modificando el modelo de vida existente en el momento o abriéndolo a nuevas realidades. Pensemos, por ejemplo, en la Revolución Industrial que desde finales del siglo XVII transformó la estructura de clases de los países europeos y creó una nueva división internacional del trabajo.
El desarrollo industrial tuvo sus detractores, sus conflictos, sus tensiones sociales y sus enfrentamientos violentos.
Cada ola de cambio ha llevado a la Humanidad a una nueva línea de avance, aunque jamás habíamos estado ante el desafío de un fenómeno global tan sensible, inesperado y veloz, y, sobre todo, tan virulentamente impactante en todos los ámbitos de nuestra vida como el del Covid-19.
Darwin dijo que “Las especies que sobreviven no son las más fuertes, ni las más rápidas, ni las más inteligentes; sino aquellas que se adaptan mejor al cambio”, y por eso una de las claves del éxito en cualquier área de la vida es la capacidad de adaptación a las circunstancias mediante respuestas sensatas, organizadas, estratégicas y beneficiosas.
El Covid-19 es un asunto complejo, ya que en su gestión entran en juego variables diversas como las relacionadas con la salud, la economía, la justicia la política, las propias del ámbito emocional o psicológico: personal y colectivo.
La inoculación en la sociedad de este virus ha promovido y acarreado grandes transformaciones tanto globales, a nivel de comunidades como individuales.
Y estas transformaciones están incidiendo profundamente en nuestra forma de vivir, de comunicarnos, de sentir, en nuestros comportamientos, y consecuentemente en la forma de relacionarnos con las personas con las que el COVID-19 nos ha obligado a vivir, 24 horas al día, y más de 40 días de manera continuada, sin haber podido prepararnos material, física y psicológicamente con anticipación.
Es cierto que esta pandemia nos ha llevado a cambios vertiginosos, implacables y drásticos que han venido para transformar nuestras vidas, nuestras costumbres y para quedarse con nosotros.
Nuestra forma de vivir, nuestra idiosincrasia, nuestras costumbres heredadas de nuestros mayores, nuestra forma de entender la vida y de relacionarnos, en definitiva, todo lo que hemos aprendido, se ha transformado, y seguirá transformándose para tener que amoldarnos a esta “nueva normalidad”.
Somos seres sociales, nos entendemos interactuando entre nosotros, comunicándonos con palabras y con gestos -que transmiten nuestros sentimientos, nuestras emociones, nuestro estado de ánimo- y que ahora nos son vetados, con todos los que añoramos por no compartir nuestro estricto espacio vital.
Y como tales seres sociales también necesitamos de nuestros espacios y tiempos en privado. Cada uno de nosotros tenemos intereses y necesidades diferentes, que, si no son satisfechas y no se pueden comunicar de manera efectiva, originan disputas y conflictos con las otras personas, lo cual al final puede hacer escalar un conflicto a altos niveles que probablemente, perjudicará las relaciones.
Sentimos carencias, sentimos excesos, sentimos miedo.
- Carencias de comunicación vital y de contacto con las personas que queremos y que, por razón de estas circunstancias, no podemos tener a nuestro lado.
- Carencias de libertad para escoger a quien consolar, a quien mimar, con quien desahogarnos, con quien perder la noción del tiempo hablando de lo divino y de lo humano….
- Sufrimos excesos: de convivencia, de sentir el tiempo perdido, de roces, de hipersensibilidad por la falta de libertad, de malinterpretación de gestos y de palabras, de cansancio, de rutina, de impotencia por no haber podido planificar.
- Y también sufrimos miedo: miedo a la enfermedad, a la pérdida de seres queridos, a las limitaciones, a la privación de nuestra libertad, a la falta de la verdad en lo que a la información se refiere, a la falta de control de nuestra vida, a la distancia, a las responsabilidades adquiridas, al presente y al futuro, y todo esto nos hace sentir vulnerables.
Este coctel de sentimientos, sensaciones, apreciaciones que se agitan constantemente en nuestra mente y que nuestro cuerpo somatiza -dolores de cabeza, insomnio, irritabilidad…- explosionan en forma de conflictos y muchas veces, nos da la sensación de no poder gobernarlos, dirigirlos, gestionarlos y de hacerlo en el momento oportuno.
Antes del impacto del Covid-19 habíamos adquirido un aprendizaje en lo que a la gestión de los conflictos y las emociones se refiere. Estas habilidades vitales, aprendidas de nuestros mayores, de nuestra experiencia y del propio sistema, ya no nos sirven.
Siendo realista hemos de vislumbrar el horizonte al que nos dirigimos: la crisis de la justicia, estrechamente vinculada con la economía y el bienestar de las personas. Nos encontramos en un momento en lo que el ayer casi no nos sirve; en que lo que aprendimos en el pasado, se ha quedado obsoleto, en el que el hoy nos vemos obligados a desaprender para volver a reaprender nuevos mecanismos de supervivencia, de comunicación, de relación, y sobre todo, de gestión de los conflictos que surgen constantemente, y que los que están latentes, darán la cara pronto, y en los que no han surgido, tendremos y querremos tener las herramientas necesarias para gestionarlos de la mejor manera.
Ahora es el momento. Tenemos la oportunidad de contener esta nueva crisis que ya está ahí, abriendo nuestras mentes a contar y utilizar otros recursos, como la mediación y la gestión positiva de conflictos, y a ayudar a minimizar los efectos que se van a producir si la ciudadanía es capaz de asumir su responsabilidad en los conflictos, y en reinventarse y reaprender nuevas metodologías más humanas, mas afectivas, más efectivas, y más amables, para conseguir el equilibrio y el orden que todos anhelamos en nuestra vida.
Vamos a necesitar más creatividad, más valentía, más fuerza y más corazón que nunca ante una época de dinámica complejidad y llena de cambios, en la que el futuro no tiene por qué ser una necesaria continuidad del hoy. Desde Inma Vázquez Flaquer, Abogados y Consultores tendemos nuestra mano, para ayudarte a rediseñar juntos un presente y un futuro mejor.